jueves, 19 de agosto de 2010

tributo a Daniel Crespo por Simon Elias....



La muerte no lee letra pequeña David Bautista , Simon Elias y Daniel Crespo


Cuando era pequeño mis padres tenían una cortina de ducha en la que había impreso un mapamundi. Recuerdo las duchas de mi adolescencia buscando ciudades como Ulan Bator, Samarkanda, Mogador, Katmandu, Damasco, Constantinopla, Tombuctú, con el pelo enjabonado, mientras mi padre se afeitaba y se ajustaba la corbata frente al espejo.


La mayoría de esas ciudades no existían ya, había tomado sus nombres arcaicos de mis lecturas, de los libros que había a cientos en la gran biblioteca de mis padres, que se enlazaban como datos de latitud y longitud para darle forma al aspecto más ancho y salvaje del planeta. En aquella misma época, quizá un par de años más tarde cuando ya estaba bien entrado en la adolescencia y había cambiado las lecturas de Stevenson y Verne por manoseadas revistas Lib y Penthouse, comencé a hacer alpinismo. Con un martillo de obra, la cuerda que utilizaba mi madre para limpiar el canal de desagüe del molino y unos pitones que había comprado de saldo en una tienda a punto de cerrar junto a unos pantalones bávaros de pana azul, dejamos de meneárnosla durante unas horas, para ir a escalar unas paredes de roca descompuesta no muy lejos del pueblo donde vivíamos. Por supuesto aquel día aprendimos por encima de todo la maniobra del ráppel. La previsión de dejar un hueco dentro para la derrota. Apenas 50 metros de ascensión para darnos cuenta de que escalar no era tan sencillo como en aquel cómic que habíamos releído tantas veces en que Tartarín de Tarascón se enfrentaba a una montaña de los Alpes.

Durante aquellos días en que dedicaba la misma atención minuciosa al estudio de un especial sobre el Midi d’Ossau en la revista Desnivel como a una descripción en profundidad de las virtudes de Sabrina, la cantante italiana, empecé a cambiar las fotos de mis amigos del pueblo haciendo el idiota, los recortes de tías buenas, las entradas de conciertos y eventos deportivos de mi corcho de pared por siluetas de picos y por nuestras primeras imágenes simulando destrozar el cráneo del compañero con el martillo de obra, protegido por un casco que tanto utilizábamos para escalar como para conducir por las pistas entre jurisdicciones con nuestras motocicletas de 49 cc. No tuvo que pasar mucho tiempo para que en ese corcho, junto a los recuerdos de los primeros viajes, apareciesen también los retratos con los primeros amigos perdidos en la montaña.

Uno de los primeros fue Gaizka, un chico de Donosti al que llamábamos Demonio. Era el líder de otro grupo de gamberros y escaladores que bautizamos como Los Tigres. Les conocimos en Perú cuando pensábamos de nosotros que éramos una banda de forajidos, hasta que encontramos esta banda de peludos guipuzcoanos que dejaron nuestra inconformidad a la altura de un jardín de infancia. Compartimos montañas y mucho alcohol en aquel viaje con Demonio y sus Tigres, pero un año después Gaizka murió aplastado por un desprendimiento de piedras en las torres del Paine. Fue el primero en mi desafortunado collage de imágenes. Luego desgraciadamente han ido cayendo otros hasta que tuve que dejar de colgar fotos en el corcho pues mi habitación empezaba a parecer un mausoleo. Fue durante aquella época cuando me dio por hacer pintadas en las paredes encima de mi cama para asombro de mis padres. Hábito -como el del alpinismo- también continuado por mi hermano y por varios amigos que han dejado grandes clásicos de la literatura en las calles de Logroño. En el tanatorio apareció una mañana una gran inscripción que decía: “Muertos no”. O esa otra en la fachada del colegio de las hermanas Adoratrices, uno de los más finos y elegantes de la capital riojana, que rezaba: “No, espera, ponte así”.

Estos últimos días ha vuelto a suceder. Daniel Crespo y Alex Bonilla se encontraban abriendo una nueva ruta en la cara oeste del Chacraraju en Perú. Hacía menos de 10 días que Dani me había escrito desde Caraz informándome de su gran repetición a la Jager de la cima este del Chacraraju y su intención de regresar para escalar ahora sobre terreno ignoto en la punta oeste, sobre una pared de 1000 metros de longitud. Me pedía también información para viajar al Jirishanca donde unos franceses escalaron hace años una excelente ruta de roca que Dani y Alex pensaban repetir antes del fin de su viaje. Una avalancha de hielo procedente probablemente del desplome de la cornisa somital se los llevó a los dos. Unos guías que trabajaban en el Yanapacha vieron el desprendimiento y pensaron que por fortuna había caído por un terreno sin rutas conocidas. Dani y Alex estaban, fieles a su estilo, fuera de los caminos trazados y con tan mala fortuna como haberse cruzado en medio de la noche con un conductor borracho, se encontraron en la trayectoria de esta terrible avalacha.

Conocí a Dani en las pruebas de selección de los miembros de la nueva promoción del Equipo Español de Alpinismo. Apenas me percaté de su presencia hasta el segundo día cuando le ví esquiar con unas tablas un palmo más altas que él, cuando alcanzó la cumbre del itinerario entre los primeros con ese equipo pesado y lo relacioné con un nombre y un completo currículum alpinístico que me había sorprendido durante el primer proceso de selección. En los últimos tres años Daniel había hecho más actividades de montaña que ningún otro. No eran actividades de una gran dificultad pero eran tan numerosas y variadas que sorprendían: ascensos y descensos en Chamonix, vías en Val di Mello, aperturas en Marruecos y en Montrebei, clásicas en los Pirineos, vías de dificultad en los Galayos y Pedriza… Intenté hacer un seguimiento cronológico de las ascensiones y entendí que Daniel Crespo vivía literalmente en la montaña. Al día siguiente Pedro Pons alabó sus cualidades técnicas para la escalada en roca y cuando Jordi Corominas y yo le vimos enfrentarse a las vías de hielo y mixto como si estuviese llevando a cabo una elegante danza que acabase en un brutal enfrentamiento cuerpo a cuerpo no lo dudamos. Estaba dentro.

Con el tiempo y las muchas horas de cercanía en diferentes viajes y ascensiones juntos comprendí que Daniel era un alpinista fuera de lo normal. Su estilo era más parecido al que yo había aprendido de los desencantados de los ochenta que se echaron al monte como forma de protesta más que como una expresión deportiva. Conocía todos los vivacs de España y de los Alpes y era capaz de pasar dos meses en la capital del capitalismo alpino (Chamonix) con una cantidad ridícula de dinero y grandes dosis de ingenio. Recuerdo una vez en que barajamos la posibilidad de volar en avión a Milán para una de las concentraciones del EEA. A Dani se le iluminó el rostro y dejó aparecer una pequeña sonrisa de roedor satisfecho. Allí, junto a la estación de tren de Milan, dijo, tengo un zulo con un par de cargas de gas, una cazuela, cubiertos y varias latas de sardinas. Por si hace falta. Todos reímos a carcajadas su ofrecimiento.

Dani era “el pequeño”, “el último alpinista”, el tipo más duro, tímido y agradecido que haya pasado por el equipo de la federación desde que el que suscribe está al cargo. Prefería dormir en un vivac sobre la nieve que en un refugio, siempre llevaba hilo y aguja, aprovechaba los ríos para lavarse y darle un repasito a calcetines y ropa interior; su vida era nómada y básica, su interior complicado y extenso. Se escondía en las esquinas del grupo con la cara siempre enrojecida por el sol y la barba pelirroja delatando su naturaleza salvaje. Era difícil fijarse en él en un primer vistazo, tantos días en contacto con la naturaleza que había aprendido a mimetizarse. Cuando hablaba todos le escuchábamos. No era muy habitual que comenzase una historia pero cuando lo hacía poníamos la máxima atención. Era el rey de la intriga. Creaba unos silencios en la parte más excitante del relato que nos podían dejar a todos enmudecidos durante minutos hasta que retomaba la narración. No era consciente de que le prestábamos tanta atención, ni siquiera de que todos estábamos esperando que terminase aquella historia sobre su escalada del pilar Gervasutti o sobre la creación de los glaciares. Símplemente se olvidaba de que estaba contando algo importante.

Así era la vida para Daniel, un juego delicioso, un juego sin contratiempos, sin obligaciones, sin burocracias. Un juego sin importancia. En 2009 viajé con él y con David Bautista a uno de los cañones más remotos de Taghia, en el Atlas central marroquí. Dos días cargando el pesado equipo de escalada en burros hasta llegar al altiplano a casi tres mil metros de altura donde montamos el campamento base rodeados de asentamientos nómadas de pastores que venían desde el desierto para aprovechar el pasto fresco del verano en las montañas. David y Daniel se dedicaron a escalar con su pasión de siempre y yo exploré la zona, leí en todas las posiciones que pueden ofrecer las diferentes combinaciones de tronco y extremidades e investigué un poco la vida de estos nómadas del desierto que de alguna manera y salvando las distancias, me recordaban a Daniel y David con su pasión por buscar nuevas paredes, nuevas montañas donde seguir haciendo de la vida un juego alejado de toda forma; un juego sin importancia.

Me llegó la noticia de la muerte de Daniel en el refugio de Larribet mientras preparaba con las chicas del Equipo Femenino de Alpinismo nuestro próximo viaje a Pakistán. Fue mi hermano el que al otro lado del radio-teléfono me dio las coordenadas claras del accidente. Agradezco que haya sido mi hermano, mi compañero de escalada, la persona más importante de mi vida la que me haya transmitido la desgracia. Quizá, pensé en la penumbra producida por la noticia, que sea alguien querido quien te da el golpe lo anestesia, como un martillazo en la cabeza protegido por un trapo. Aquella noche no dormí y cada vez que conseguía conciliar el sueño agitado me dejaba llevar por las pesadillas. Dani y Alex estaban encerrados dentro de mi cabeza y cuando cerraba los ojos caían. Al día siguiente escalamos una ruta en la cara norte del Balaitus que llamamos El Último Alpinista y un día después hicimos lo mismo en la cara sur con El Intelectual. Dos escaladas dedicadas a Daniel y a Alex. Dos días recordándoles que lo que nos han enseñado sigue vivo: arriba está la mayor tranquilidad.

Desgraciadamente con el descenso ha llegado la complicación. Las cosas son tan difíciles por debajo de los 2000 metros. En la montaña sufrimos la muerte, escalamos por el día y lloramos por la noche, pero en nuestro mundo estúpido esto no es posible. Aparece el dinero y la letra pequeña, aparece la rabia canalizada hacia el objetivo más grande o hacia el chivo expiatorio más visible. Aparecen rápidamente expertos tiradores al plato que disparan hacia las primeras sombras que se mueven, sin saber claramente si el objetivo es una pieza para su fantástica galería de cabezas o un niño que sale del colegio. Aquí abajo, por desgracia, hemos tenido que llorar de nuevo la muerte de Daniel Crespo con lágrimas burocráticas, con abrazos de condolencia en forma de amenazas y formularios. Justo lo que Daniel siempre había esquivado

3 comentarios:

  1. Dani, era una gran persona, siempre lo llevaré en el corazón

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  2. Me a encantado tu relato sobre david, muchas gracias.
    yo también le echare de menos.
    javier porto

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  3. Los padres de Daniel Crespo no se merecen el ultimo comnetario.....

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